Batalla de Cutanda

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Durante las dos primeras décadas del siglo XII, con Alfonso I en el trono aragonés, el territorio cristiano experimentará un desarrollo hasta entonces insospechado. Imbuido de un espíritu de Cruzada, toda su obsesión política se plasmará en la conquista de Zaragoza, para avanzar desde allí hacia Tortosa y Valencia, obteniendo una salida al mar que le permitiera embarcarse rumbo a Palestina, y participar así en la defensa del Santo Sepulcro. Magna empresa que resume, a grandes rasgos, toda su vida.

Consciente de sus dificultades, Alfonso I solicitó el auxilio de sus parientes y vasallos del otro lado de los Pirineos, que aportarían soldados y maquinaria bélica. Además, el concilio de Toulouse confirió rango de cruzada a la expedición sobre Zaragoza, lo que permitió la llegada de numerosos hombres libres de Francia. En 1118 se apodera de Zaragoza tras un duro asedio. Al año siguiente caerían en su poder Tudela, Tarazona, Borja y todo el Somontano Ibérico.

Los almorávides reaccionaron tarde, pero en el invierno de 1119-1120 prepararon una expedición destinada a recuperar todas las plazas del valle del Ebro. La tarea será encomendada a Ibrahim ibn Yúsuf, gobernador de Sevilla y hermano del emir Ali ibn Yusuf. Alfonso I se encontraba sitiando la ciudad de Calatayud cuando recibió la noticia de la proximidad de un ingente ejército musulmán. Abandonando esta ciudad se dirigió a Cutanda a la espera del enemigo, acompañado de las tropas de Guillermo de Poitiers y de algunas otras que se sumarían a este ejército por el camino.

El combate se produjo el jueves 17 de junio de 1120, con un desastroso resultado para las tropas musulmanas que salieron diezmadas . La tradición popular identifica el lugar de la batalla con un pequeño valle que se extiende entre dos lomas apenas perceptibles, en el camino que va a Nueros, justo a la salida del pueblo de Cutanda, en una cañada denominada en la actualidad con el nombre de Celada. También se conoce a este paraje como campos de la matanza, y en él se localiza un monumento funerario conmemorativo del hecho. El Castillo de Cutanda fue asaltado y destruido por las tropas cristianas, aunque inmediatamente sería rehecho para colocar en él un destacamento de soldados. En una de las laderas del castillo, en el sector NO, se ha podido localizar un nivel de destrucción en el que se acumulan gran cantidad de carbones, tejas, cenizas, vigas, y restos de muros que, sin duda, corresponderían al suceso de la batalla de Cutanda.

Las fuentes documentales, tanto cristianas como musulmanas, aportan interesantes datos de esta batalla. La Crónica de San Juan de la Peña, escrita entre 1369 y 1372, cuenta como el rey aragonés venció en la batalla de Cutanda auxiliado por el conde de Poitiers, quien aportó seiscientos soldados a caballo, muriendo en la batalla el hijo de Miramamolín y un gran número de moros. Acaba la crónica con una frase que se hará famosa: “e por esto dizen que peor fue que la de Cutanda” . Los Annales Compostellani narran como Alfonso I estaba sitiando Calatayud cuando recibe la noticia de la presencia musulmana. Tras recibir el apoyo del conde Guillermo de Poitiers, se dirige hacia el castillo de Cutanda en donde derrota a los sarracenos, destruyendo los castillos de los moabitas y apoderándose de Cutanda . En la francesa Chronique de Saint-Maixent, terminada en una fecha cercana a los hechos, como muy tarde en 1141, se cuenta como el rey de Aragón, auxiliado por el conde Guillermo de Poitiers y otros reyes cristianos derrotaron a Ibrahim ibn Yúsuf y a otros cuatro reyes de al-Andalus, venciéndoles completamente, y mataron a 15.000 musulmanes moabitas, e hicieron innumerables prisioneros, consiguiendo también requisar 2.000 camellos y otras bestias de carga, sometiendo un número grande de castillos.

Las fuentes musulmanas matizan estos datos, aunque no devalúan la magnitud de la derrota. Según el cronista Bayan de Ibn Idari, la contraofensiva almorávide lanzada tras la caída de Zaragoza agrupaba contingentes militares cedidos por los gobernadores de Lérida, Granada, Murcia y de Molina así como otros contingentes de tierras cercanas, dirigidos todos por Ibrahim ibn Yúsuf. Al igual que sucedía en el bando cristiano, la recuperación del valle del Ebro se había convertido en una guerra santa contra el infiel, y por ello se recibieron aportes de voluntarios de todo al-Andalus dispuestos a dar su vida por la fe. Este cronista cuenta como Alfonso I llegó a reunir 12.000 jinetes e innumerables infantes, recibiendo la ayuda de Imad al-Dawla, el último rey de la dinastía Hud Beni de Zaragoza destronado por los almorávides, enfrentándose en superioridad numérica a 5.000 jinetes musulmanes y cerca de 10.000 infantes, tratando de este modo de justificar una derrota desastrosa para las tropas de al-Andalus.

Al-Maqqari, escritor del siglo XVII, pero que pudo consultar numerosas fuentes hoy desaparecidas, describe como en la batalla los musulmanes fueron derrotados completamente, perdiendo la vida unos 20.000 voluntarios, aunque, curiosamente, según indica, no pereció en la acción ningún soldado del ejército regular . Otros cronistas musulmanes como al-Atir y Yaqut citan también esta batalla, pero limitándose a rememorar algunas celebridades muertas en combate, voluntarios de la fe, entre las que destacarían Abu Allah al-Farra, cadí de Almería, famoso por su integridad, su ciencia, sus buenas obras y su devoción. Cuentan que también estuvo presente el cadí Abu Bakr ibn al Arabí, que salió con vida de milagro y al llegar a Valencia le preguntaron como se sentía, respondiendo: “Igual que uno que ha perdido al mismo tiempo la tienda y el manto”.

Como vemos, los contendientes enfrentados varían según utilicemos unos textos u otros. De todos modos, habría que matizar cada uno de los datos, independientemente de su procedencia, ya que muestran unas cifras muy exageradas. No podemos creer los 20.000 muertos en el bando musulmán, ni que se capturasen 2.000 camellos. También son increíbles los 12.000 jinetes que parecen acompañar a los cristianos. Son unos números desorbitados para la realidad del momento. Lo que no hay duda alguna es de la magnitud de la derrota de los musulmanes, no sólo por las tropas perdidas, muy importantes, sino porque el intento de frenar el avance de los cristianos hacia el Levante quedó frustrado. La batalla de Cutanda abrió el camino a la conquista cristiana de extensos territorios al sur del Ebro.


Bibliografía