A partir del siglo XVI, coincidiendo con la expansión económica de la sociedad aragonesa, las familias más poderosas del valle del Jiloca comenzaron a levantar ampulosas viviendas, siguiendo unos esquemas constructivos muy difundidos en todo el reino de Aragón. Tienen normalmente tres pisos. En la primera planta destaca sobre todo la puerta de entrada, flanqueada habitualmente por un arco de piedra, en cuya dovela central se suelen colocar las armas de la familia. Esta puerta permite la entrada a un amplio zaguán, de cuyo fondo parte una escalera que suele comunicar con todas las habitaciones de la casa. La planta segunda está destinada a la residencia familiar, por lo que está espléndidamente decorada, con amplios ventanales o balcones a la calle. El ático suele destinarse a granero y despensa, y en la fachada suele distinguirse por la característica galería de arquillos corridos, en ocasiones enmarcados en alfiz. El tejado suele ser de doble vertiente, sobresaliendo por la fachada en forma de amplio alero de madera, que puede estar decorado o no. Estos palacios nobiliarios fueron construidos habitualmente con piedra de sillería y el ladrillo, utilizados sobre todo para las fachadas. El resto de la edificación, ajena al ojo humano, solía levantarse con materiales más pobres, siendo abundante el tapial de barro y paja.
Empezaremos nuestro recorrido por la villa de Monreal del Campo, localidad fundada por Alfonso I en el año 1124, un poco después de que la batalla de Cutanda permitiera a los cristianos la conquista de todo el valle del Jiloca. El trazado urbano refleja a grandes rasgos cómo debía ser este primitivo asentamiento, edificado alrededor de una fortaleza-castillo, cuyos restos todavía se conservan en la plaza, y con las viviendas anexadas alrededor de sus murallas, formando un característico diseño circular.
Las casonas de los Mateo de Gilbert son las más interesantes de la localidad. La presencia de este linaje está documentada desde tiempos medievales, puesto que en época del rey Juan II de Aragón, allá por el siglo XV, uno de sus miembros, Juan Gilbert, llegó a ser Ricohombre del reino y consejero del monarca. El edificio más monumental es el conocido con el sobrenombre de casa de doña Concha, ubicada en la plaza principal de la localidad. La fachada muestra una división en tres plantas, las dos primeras de mampostería con esquinas reforzadas en sillería, y la tercera en ladrillo. La puerta principal está adintelada, flanqueada por pilastras. El dintel, de carácter monumental, presenta en su parte central el escudo del linaje familiar, cuarteado en forma de cruz. La segunda planta tiene tres balcones con hermosas rejerías de forja. En el tercer piso destaca una galería de dieciséis arquillos de ladrillo de medio punto que sujetan un enorme alero de madera con decoración de piñas. El interior es también espectacular. Tras atravesar un enorme patio, se observa al fondo una escalera imperial de triple arcada. Del zaguán parten dos tramos que se unen en un descansillo intermedio, a media altura de la primera planta, con puertas laterales para entrar en diferentes habitaciones, y desde allí asciende un solo tramo central que conduce a un amplio vestíbulo que comunica con la puerta de la sala principal. La escalera está cubierta con una bóveda de lunetos, con cuatro escudos pintados en los ángulos.
A escasos cien metros, en la calle Costero Olma, se sitúa otra de las viviendas tradicionales de los Mateos de Gilbert, aunque en este caso su aspecto externo es mucho más humilde. Actualmente se haya dividida en dos edificios independientes, uno de ellos bastante restaurado. En este último, ubicado a la derecha de la fachada, destaca sobre todo el gran portal de acceso, labrado en sillería y con el escudo del linaje colocado encima. El patio de la casa tiene una hermosa y antigua escalera, y una capilla particular, decorada con las armas de los Valero de Bernabé y Mateo de Gilbert.
La plaza de Monreal alberga también la casa de las Beltranas, utilizada para alojar la Biblioteca Municipal y el Museo del Azafrán. Es un edificio exento de tres plantas, todas ellas de mampostería, rematado por una galería de arcos de medio punto, de los cuales seis están abiertos y otros seis cerrados. La puerta, adintelada con mucha sencillez, está flanqueada por sendas obras del escultor Diego Arribas, y da acceso a un atractivo patio interior muy popular.
Cambiemos de pueblo. En Torrijo del Campo los palacios nobiliarios son escasos, y únicamente destacaba la Casa Grande, antigua vivienda del siglo XVI perteneciente a la familia Catalán de Ocón, heredada en su última etapa por la baronía de Escriche. Estaba construida en tapial. A causa de su deterioro fue derribada en el año 1989, salvándose el arco de la puerta principal, que sirve de actual entrada a las instalaciones escolares. La misma parquedad de monumentos civiles encontramos en la localidad de Caminreal, en donde han desaparecido todos los palacios nobiliarios. De todas formas, no podemos abandonar este pueblo sin visitar la ciudad ibero-romana de la Caridad, en la que sí encontraremos una magnífica casa aristocrática, la conocida con el nombre de Linekete.
Descendiendo por el río Jiloca, a su paso por Fuentes Claras, podemos detenernos en la denominada Casa Grande, situada junto a la iglesia parroquial. Se trata de un palacio de tres pisos construido con sillares de piedra caliza. Su estado de conservación deja mucho que desear. Algunas ventanas y puertas originales se han cerrado , y otras se han abierto picando directamente el muro. Este casa solariega pertenecía en el año 1770 al Conde de Sobradiel, un famoso aristócrata aragonés.
Sigamos nuestro recorrido. En la localidad de el Poyo del Cid, en la calle de San Juan, junto a la plaza de la iglesia, se conserva una espléndida casona de finales del siglo XVI. En la fachada se observan tres plantas, las dos primeras levantadas con materiales pobres, y la tercera mostrando una característica galería de arcos corridos elaborados en ladrillo. La puerta de acceso está enmarcada en una portada de piedra formando un arco de medio punto. No se conserva ningún escudo, aunque pudiera haber pertenecido a alguna de las familias hidalgas de la localidad, a los Alava o a los apellidados del Rey. Además de esta vivienda, es de obligatorio cumplimiento ascender hasta la ermita de San Esteban, ya que desde allí disfrutaremos de una magnífica vista panorámica, y además podremos visitar la ciudad romana que se encuentra en la colina que corona el pueblo, y que serviría de alojamiento, con posterioridad, a las tropas del Cid Campeador.
La villa de Calamocha, a pesar de la expansión urbanística que ha experimentado en los últimos años, ha conservado en un aceptable estado su zona más antigua, la delimitada por las calles Carlos Castel y Justino Bernad, las callejuelas de la Hilarza, Morería y Castellana, y por las plazas de España y Bartolomé Esteban. Muy cerca de este núcleo urbano discurre el río Jiloca, con los atractivos del puente romano y restos de antiguos molinos, martinetes y lavaderos de lana. Entre ambas zonas, a modo de enlace, se sitúa el convento de la Concepción, obra del siglo XVII, con su templo, celdas y viviendas, y el templo parroquial de Nuestra Señora de la Asunción, con un impresionante baldaquino barroco de visita imperdonable.
En la calle Mayor se encuentran ubicados dos de los palacios más espléndidos de todo el valle del Jiloca. Fueron construidos a finales del siglo XVI o principios del XVII, y muestran un gran semejanza, tanta que la diferencia más sustancial se encuentra sólo en sus portadas. El motivo de este intenso parecido radica en su origen, ya que pertenecían a un mismo propietario, a los Vicente Iñigo. Esta antigua familia era muy poderosa, destacando por ser el mayor propietario rústico de la localidad y por poseer, además, otros valiosos bienes inmuebles, como el molino harinero y un lavadero de lanas. Sin embargo, a lo largo del siglo XVII sufrieron una profunda crisis económica, y para pagar sus deudas tuvieron que vender la mitad de su solar familiar, que será adquirido por los Garcés de Marcilla, pasando posteriormente al linaje de los Tejada. Ambos palacios poseen tres pisos. Las plantas bajas son de piedra sillar y las otras dos de ladrillo. Los pisos principales tienen balcones y ventanas con bellas rejerías. Las terceras plantas tienen unas galerías de arquillos de ladrillo. El palacio de la izquierda, el perteneciente a los Vicente Iñigo (Vicente Espejo a partir de su enlace con los turolenses Alvarez de Espejo), posee una portada adintelada, flanqueada por columnas adosadas y rematada por un amplio frontón curvo, con el escudo de armas esculpido en medio. La portada del palacio de los Tejada, la casona de la derecha, también está flanqueada por pilastras y tiene un frontón triangular, abrigando el escudo familiar. Las dos portadas tienen una composición muy barroca.
En la plaza de Bartolomé Esteban encontramos una casona construida integramente en piedra de sillería. Posee el escudo familiar de los Rivera, una familia de mercaderes franceses que se enriquecen a lo largo del siglo XVII, negociando con la compraventa de lana y con la fabricación de calderos de cobre. A finales de la centuria adquieren esta casona que pertenecía a los Cuber de Bernabé y se asientan definitivamente en la localidad. La vivienda fue ampliada en el año 1767 con un nuevo cuerpo. Tiene tres plantas, una portada adintelada y tres balcones en el piso principal. El empedrado del zaguán y las puertas de acceso a las habitaciones son de la época, conservándose en buen estado.
Subiendo por la calle Real, encontramos el palacio de los Valero de Bernabé, construido a finales del XVI y reformado en el siglo XVIII, momento en el que se añadió un cuerpo en la margen derecha, perfectamente diferenciable del resto al carecer de arquillos en el ático. La planta baja se encuentra muy transformada, pues se han abierto amplios vanos. Un enorme arco de medio punto cobija la puerta de acceso, por la que se entra a un patio con una bella escalera imperial de triple arcada, muy parecida a la de la casa de doña Concha de Monreal del Campo. El segundo piso también fue transformado en el siglo XVIII ya que los balcones, que no debían ser originales, rompen actualmente la imposta de piedra. En primitiva fachada habría posiblemente ventanas más pequeñas. El tercer piso, en su parte más antigua, tiene una galería de arcos de medio punto de ladrillo. El alero de madera mantiene una unidad de estilo en ambas partes de la casa, no distinguiéndose el original del añadido dieciochesco. Es un alero voladizo de tradición gótica, muy decorado, similar al que encontraremos en el palacio de los Montemuzo de Burbáguena.
Un poco más adelante, siguiendo la calle Real, llegaremos a la Casa de los Marina. Es un edifico del siglo XVII de tres plantas construido en sillería y ladrillo. La portada es adintelada, situada a la izquierda de la planta calle. El segundo piso es de ladrillo con cuatro balcones que arrancan de una imposta de piedra. En el ático se abren dos pequeños balcones en los extremos, con pequeños frontones para cobijar arcos de medio punto. El patio interior es muy interesante, cubierto con una bóveda de lunetos que sobresalen, a modo de torre, por el tejado, y que permiten la entrada de la luz. Una lápida colocada en la fachada nos informa de que allí vivió Manuel Marina, un insigne maestro de la localidad, y que por ello la calle y la casa se dicen de los Marina.
Continuaremos nuestra ruta descendiendo el río Jiloca hasta llegar a la desembocadura del Pancrudo, a unos tres kilómetros de Calamocha. Allí podremos contemplar otro hermoso puente de piedra que los estudiosos datan en época romana. Un poco más al norte llegaremos a Luco de Jiloca, que como otras localidades del valle tiene un planteamiento urbanístico lineal, paralelo al río, con una plaza central que alberga los edificios más interesantes. En primer lugar la hermosa Casa Grande, mezcla noble de piedra y ladrillo, y junto a ella la casa rectoral, con una portada gótica. Alrededor de la plaza, y al otro lado de la calle principal, encontramos otros edificios con ciertos elementos formales muy atractivos.
La Casa Grande o casona del linaje de los Alava fue heredada en la última época, gracias a los enlaces matrimoniales, por el marqués de Montemuzo, quien poseía también varias casas en otros pueblos del valle del Jiloca. Es un clásico palacio aragonés del siglo XVII, con fachada de tres pisos separados por pequeñas cornisas. La planta calle es de piedra sillería, con la portada incrustada en un arco de medio punto. El segundo piso está construido en ladrillo, con un balcón central que aporta luz a las habitaciones más nobles. En la parte superior una galería de arquillos de medio punto, hechos en ladrillo, sujeta un amplio alero de madera. En este último piso, rompiendo la sucesión de arquillos, se encuentra el blasón familiar.
El urbanismo de Burbáguena es uno de los mejores conservados de todo el valle del Jiloca, con castillo medieval en la parte más alta, núcleo antiguo en la falda de la colina, distinguiéndose entre las callejuelas ocupadas por los cristianos, al oeste, de las que albergarían la aljama morisca en la zona este, y una alargada calle Mayor, en la que se localizan las principales casonas nobiliarias.
El palacio de los Latorre, conocidos también como marqueses de Montemuzo, posee unas grandes dimensiones, con más de treinta metros de fachada, que delimita gran parte de la calle Mayor en la zona más próxima a la Iglesia. En el siglo XIX sufrió una profunda transformación que afectó a todo el conjunto, pero sobre todo a la fachada. Se cubrió de cemento y se decoró con diversas cornisas, estucos, líneas de imposta y frontones, dándole un aspecto muy urbano y señorial. En la planta baja encontramos tres puertas con arcos rebajados y varias ventanas. En la segunda destacan sus seis balcones que enmarcan el blasón familiar. En el tercer piso encontramos otros siete balcones, en perfecto eje con los anteriores y con las portadas de la planta calle. El alero que remata la fachada es de tradición gótica, único elemento que se ha mantenido de la casa antigua. El interior de la vivienda conserva muchos más elementos originales. La puerta principal permite la entrada a un gran zaguán con el suelo empedrado y cubierta de madera, tal y como debía ser en la primitiva construcción. En el centro del patio se abre un pequeño patio enmarcado con cuatro robustas columnas dóricas. Desde el zaguán, una amplia escalera de un solo tramo permite el acceso al resto de la vivienda.
La conocida casa de Don Juan, a escasos metros del anterior palacio, es una vivienda de tres plantas, todas ellas de ladrillo, con una portada de medio punto y chambrana desplazada hacia la izquierda de la fachada. La segunda planta está separada de la primera mediante una imposta de yeso, y cobija un balcón desplazado también hacia el mismo lado que la puerta. La tercera planta esta decorada con una galería de arquillos de medio punto, doblados y unidos a través de las impostas. Posee un hermoso alero de piedra decorado con cabezas de ángeles. Por su situación junto a la parroquia y la decoración de temas religiosos pudiera haber sido la casa del vicario de la localidad.
A un escaso tiro de piedra, bajando el valle, se sitúa la localidad de Báguena. Pasear por sus calles es también muy reconfortante. El trazado urbano queda definido por la existencia de dos colinas, separadas por una amplia rambla en cuya desembocadura se abre la plaza de la localidad, con el templo parroquial y la hermosa torre mudéjar que lo distingue. En uno de estos cerros se conservan los restos de su castillo medieval, escenario del episodio protagonizado por Gil de Bernabé, quien se negó a entregar las llaves de la fortaleza a las tropas castellanas de Pedro I de Castilla en 1336, muriendo abrasado en la lucha. De las dos colinas descienden retorcidas y estrechas callejuelas, de alineación irregular, para enlazar con la calle Mayor, ya en la zona más plana. Un poco más abajo discurre el río Jiloca, cruzado cerca de la localidad por un desconocido aunque espléndido puente de piedra construido por el Concejo a comienzos del siglo XVIII. Báguena tiene numerosas viviendas tradicionales, muchas de ellas con blasones nobiliarios.
El edificio civil más atractivo, sin duda, es la Casa Calvo, conocida también como Casa Grande. Está situada en la parte más alta del pueblo. Es un edificio del siglo XVII, de tres alturas, construido íntegramente en ladrillo. La portada de acceso es muy interesante, enmarcada en un arco de medio punto de piedra y flanqueada por unos pilares adosados, decorados con estípites. El piso principal tiene cuatro balcones, y la tercera planta presenta, como es habitual en estos palacios, una galería de arquillos de medio punto de ladrillo, rematados por un alero de madera. Es un edificio rectangular y completamente exento, por lo que la galería de arquillos del último piso se prolonga por su fachada lateral izquierda. En el tejado resalta un pequeño torreón que proporciona iluminación al interior de la vivienda. En el interior se aprecia un gran patio, con la cubierta de madera, y una escalera de forja al fondo. Dispones de salones decorados de época. Esta casona ha sido restaurada en los últimos años.
En la plaza de la Iglesia se conservan otra enorme casona, conocida como casa Lucías, con una fachada de tamaño descomunal, posiblemente una de las más largas de toda la provincia. Fue construida en el siglo XVII. Posee dos pisos y ático, este último decorado con una galería de treinta vanos adintelados, de ladrillo revocado, que sujeta un amplio alero de madera. La puerta de acceso a la vivienda está enmarcada en un arco rebajado, y encima tiene colocado el blasón familiar. El segundo piso tiene ocho balcones, distribuidos a lo largo de toda la fachada con una gran proporcionalidad. Esta vivienda perteneció al linaje del marqués de Ayerbe, propietario en el siglo XVI de una extensa hacienda en Báguena. Después pasaría a manos del marqués de Coscujuela. Tras la guerra de Sucesión (1700-1714) fue embargada a su propietario, ya que el marqués de Coscujuela era un ferviente defensor del pretendiente Carlos, y se enfrentaría por ello a las autoridades borbónicas.
En la parte más estrecha de la calle Mayor, dirección a Daroca, encontramos otra hermosa casa solariega del siglo XVII. Es un edificio construido en ladrillo sobre un estrecho zócalo de piedra. La planta calle tiene tres pequeñas puertas y una más grande, a la izquierda, adintelada sobre ménsulas, muy apropiada para guardar carruajes. El segundo piso posee cuatro balcones y una ventana que coincide con la portalada. La planta superior está decorada con una galería de dieciséis arquillos de medio punto, cegados en la actualidad, y un gran alero de madera muy decorado.
En Villanueva del Jiloca, junto a la plazuela de la Iglesia, se conserva una hermosa casona de ladrillo que perteneció, según se puede interpretar a partir del blasón, a la familia hidalga de los Abad de Bernabé. La calle también está dedicada a esta familia. Pudiera haber sido construida en el siglo XVI. Tiene tres plantas, la baja posee dos puertas enmarcadas en arcos de medio punto hechos también de ladrillo. El piso principal tiene tres balcones, y el ático cuatro ventanillas y un sencillo alero de madera.
El urbanismo y la arquitectura civil de Daroca, ciudad que daba nombre a toda esta comarca, merecería ser tratada de manera exclusiva en una sola guía dedicada a esta localidad. La ciudad fue construida por los musulmanes a finales del siglo VIII, en la solana del cerro de San Cristóbal, a los pies de la fortaleza-castillo, en estrechas y retorcidas callejuelas (parte alta de las actuales de Valcaliente y Granjera). Con la conquista cristiana este primitivo núcleo se extenderá para dar cobijo a una creciente población, descendiendo hacia la parte central de la rambla, apareciendo de este modo la calle Mayor. Poco a poco esta calle se irá convirtiendo en el principal eje de Daroca, configurándose en su parte central una amplia plaza. Lógicamente, las familias nobiliarias de Daroca de los siglos XVI al XVIII elegirán la calle Mayor y la Plaza para construir sus principales viviendas. Destacaremos sobre todo cuatro de ellas.
Entrando por la Puerta Baja encontramos, en primer lugar, una vivienda palaciega del siglo XVII conocida actualmente como Casa de la Comarca, restaurada por la Diputación Provincial hace escasos años y destinada a diversos servicios públicos de carácter comarcal. En la fachada se aprecian tres pisos. En la parte baja destaca el arco de medio punto que acoge la puerta principal de acceso y las hermosas rejerías que cubren las dos ventanas. En la planta central tres balcones, y en la superior una galería de siete arcos de medio punto de ladrillo. El amplio patio interior, con cubierta de madera, es utilizado como Sala de Exposiciones, y una atractiva escalera central permite el acceso al resto de las habitaciones.
El palacio de los Terrer de Valenzuela a escasos metros del anterior, fue construido a comienzos del siglo XVII. Consta de tres plantas, levantadas en ladrillo sobre un zócalo de piedra. Uno de los elementos arquitectónicos más atractivos es la puerta principal, adintelada, flanqueada dos pilastras con los fustes acanalados que sujetan un entablamento muy decorado y en cuyo centro se esculpió el escudo familiar. Los elementos de la portada invaden el piso superior mediante dos pirámides rematadas por esferas, en una composición muy similar a la descrita para la Casa Calvo de Báguena. En el piso principal destacan seis grandes ventanales, y en el ático once pequeños vanos. Es de destacar que un miembro de esta familia, Don Martín Terrer de Valenzuela, llegó a ser arzobispo de Zaragoza.
El Palacio de los Gil de Bernabé destaca, majestuoso, en unos de los laterales de la plaza de Santiago. Fue edificado en el siglo XVII. La planta baja tiene tres vanos adintelados, uno de ellos reformado para dar entrada a un local comercial. A la izquierda de la fachada se encuentra la puerta principal, enmarcada en un arco de medio punto de sillería. En el piso intermedio había originalmente cuatro vanos, pero fueron convertidos en balcones, con el blasón familiar colocado entre dos de ellos. El ático está decorado con diez arquillos de medio punto enmarcados por casetones rectangulares a modo de alfiz. El alero es de enormes proporciones, y está construido en madera, con una rica decoración a base de piñas y motivos vegetales.
Finalmente, merece la pena acabar esta ruta nobiliaria por el valle del Jiloca con la visita al Palacio de los Luna, uno de los monumentos civiles más importantes de la arquitectura aragonesa.